La odisea de la rosa, la influencia de Consuelo de Saint-Exupéry en su
esposo.
Antes de leer
su historia, me gustaría que reflexionaran un poco acerca de la vida… ¿Qué es
la vida?... Para mí, definir la vida es un poco complicado, en el diccionario
se lee que es el tiempo que transcurre desde que se nace hasta que se muere,
pero esa definición es muy corta, es muy sencilla, la vida es algo más grande,
es algo maravilloso e increíble, es un regalo divino.
El
verdadero significado de la vida muy pocas personas lo conocen, pues la mayoría
pasa inmiscuida en sus problemas y ocupaciones, que se olvidan de lo esencial y
de lo verdadero… muy pocas personas han encontrado el propósito de su vida y de
la vida, pero aquellas que lo han hecho son impulsadas por un gran ideal, un
llamado divino que los mueve hacer cosas increíbles con un verdadero éxito, y
no solo eso, sino que sirven de inspiración a los demás y los llenan de alegría
y entusiasmo. Por eso la vida de Consuelo Suncín me entusiasma y me motiva a
seguir tras mis sueños. No es un secreto que todos y cada uno de nosotros
tenemos motivaciones, y cada motivación tiene una serie de circunstancias
precedentes que nos llevan a concretizar nuestras ideas, nuestros deseos y
nuestros sueños.
Desde
pequeña empecé a conocer la vida de Consuelo Suncín de Saint-Exupéry, ya que mi
madre y mi abuela me contaban anécdotas de ella, historias muy interesantes que
fueron las causantes de que escribiera este libro.
Consuelo
Suncín, realmente fue una mujer extraordinaria que tenía un espíritu inquieto
que se negó a someterse a las reglas imperantes de la asfixiante sociedad que
le tocó vivir.
Siempre
supo que todos los riesgos a los que se enfrentaba, eran una de las tantas
batallas que tenía que luchar para alcanzar su absoluta libertad, la que tanto
amaba y manifestaba para el sexo femenino, la libertad que en aquel tiempo solo
era concedida a los hombres.
Ella
tenía una voluntad de hierro y una perseverancia constante, sus inquietudes la
llevaron a otros horizontes acordes a sus ideales.
Sentía
una gran pasión por la vida, gozaba con todos sus sentidos y su fantasía,
eligió vivirla en contra de todos los convencionalismos que encerraban a la
mujer y también era muy femenina, dotada de un genuino sentido creativo como
pintora, escultora y novelista, fue una mujer de mundo capaz de hechizar a
algunas de las inteligencias más lúcidas de su tiempo.
Es un
ejemplo vivido de una voluntad positiva a toda prueba.
Ella pasó
por el mundo dejando una huella imborrable, irónicamente su vida apenas empieza
a conocerse, esa vida tan interesante, tan vital, tan contradictoria, tan
intensa como pocas.
Desde pequeña sobresalió en las
actividades escolares y cuando tenía diez años fue muy amiga de Carmen Brannon,
mejor conocida como Claudia Lars, la gran poetisa salvadoreña.
Particularmente atractiva y premonitoria
es una anécdota de estas dos niñas cuando estaban platicando de lo que iban a
ser cuando fueran grandes. Claudia le dijo a Consuelo que escribiría versos
lindísimos y que sería una persona famosa. Consuelo le contestó:
“Yo no quiero ser igual a un hombre jamás en
la vida: Primero porque los hombres trabajan demasiado, y segundo, porque casi
todos son feos. Tampoco quiero estudiar hasta volverme ciega, pues, ¿qué haría
yo sin éstos mis ojos? Si me guardas un secreto te diré que voy a ser reina de
un país lejano, y tendré vestidos de plata y oro, y anillos y collares con
piedras maravillosas. ¡Eso seré yo cuando crezca, una reina verdadera!
Ese día, las niñas pronosticaron su futuro
acertadamente. Con el tiempo Claudia sería una poetisa ampliamente reconocida.
Y Consuelo Suncín se relacionaría con la crema y nata de la intelectualidad
europea, ganando su admiración y confianza. Convertida en una mujer de mundo,
fue capaz de hechizar a dos de las inteligencias más lúcidas de su tiempo, uno
de ellos noble, lo que le valió un título aristocrático.
Jovencita la becaron para un estudio de
post-grado en inglés en San Francisco de Callifornia, luego viajó a México para
estudiar derecho y conoce al “Maestro de América”, el gran José Vasconcelos,
con quien tuvo una relación importante y él la llamaba Scheherezada tropical, ya que Consuelo tenía el don de transfigurar
los episodios de su vida en historias maravillosas, llenas de magia y encanto.
Luego se casa con el guatemalteco Enrique
Gómez Carrillo, nacionalizado argentino, quien era toda una celebridad en
Europa, conocido por “Príncipe de la
Crónica ”, ciudadano honorario de varios países y Comendador
de la Legión
de honor de Francia, había sido nombrado Cónsul de Argentina en ese país. Fue
por Gómez Carrillo que Consuelo empezó a codearse con la crema y nata
parisiense y a ser reconocida en el círculo de intelectuales y artistas
europeos. Pero la felicidad les duró poco tiempo, Gómez Carrillo murió el 29 de
noviembre de 1927, a
sólo once meses después del casamiento.
Comenzaron los homenajes póstumos de
varios países a su memoria y en 1930, el presidente de Argentina Hipólito
Yrigoyén le hizo una invitación a Consuelo para el homenaje que la nación
rendiría a Gómez Carrillo. Y fue allí en donde conoce al hombre que sería el
gran amor de su vida, el conde Antoine de Saint-Exupéry, quien se deslumbró por
Consuelo y el amor que nace esa noche es tan intenso que merece un sitio
especial entre las grandes pasiones de la historia.
Su
vida al lado de Saint-Exupéry
A pesar de que la relación entre
ellos fue bastante antagónica e incomprensible, tuvo un propósito más allá de
lo material, su unión fue parte de una perfección espiritual que se ve
claramente sin ninguna duda cuando se estudia la vida de ambos y se van
descubriendo una serie de acontecimientos y circunstancias que los llevan a
conocerse en Argentina… ese encuentro del destino fue crucial para ambos e hizo
cambiar el rumbo de sus vidas.
Consuelo
siempre consideró que Saint-Exupéry era un hombre muy especial, que estaba destinado
a sembrar una semilla en el mundo para crear una mejor raza de hombres; y
transcribe en su libro Memorias de la Rosa lo que le dijo
Antoine en una ocasión:
“Tú me dijiste una noche: tú tienes que dar un mensaje a los hombres,
nada debe detenerte, ni siquiera yo… Ese día, yo decidí casarme contigo
para siempre, y para todas las vidas que nos sean dadas cerca de las estrellas.
Y tú comenzaste a crear un mundo donde yo caminaba derecho en busca de ese
mensaje en el que tú habías creído”.
En 1943
Antoine de Saint-Exupéry, cuando ya estaba escribiendo El Principito le confía a
su amigo André Guide que Consuelo había sido la inspiradora de sus mejores
libros, que la necesitaba tanto para escribir como para vivir. A ella le
confiaba esta elocuente parábola: Amada, quiero contarte un sueño que tuve en
nuestra separación. Estaba yo en un campo. La tierra estaba muerta. Los árboles
estaban muertos. Nada tenía olor ni sabor. Y de repente, aunque en apariencia
nada había cambiado, todo cambió. La tierra volvió a vivir, los árboles
volvieron a vivir. Todo se lleno de tanto sabor que era demasiado fuerte para
mí. Yo sabía porqué y decía: “Consuelo
ha resucitado, ¡Consuelo esta aquí!”. Tú eras la sal de la tierra, tú habías
despertado mi amor por todas las cosas, con tan solo regresar. Consuelo,
entonces entendí que la quería para la eternidad.
A medida que
va pasando el tiempo, se va descubriendo y demostrando cada vez más la poderosa
influencia que Consuelo Suncín ejerció en el gran escritor. Sobre todo, en gran
medida a la importancia de la rosa en los análisis de El Principito. Y hay muchos autores de libros que han escrito sobre
eso y tienen como propósito darle el
lugar que le corresponde a Consuelo Suncín de Saint-Exupéry, al lado de su
esposo, quien edificó su vida sobre su amor, por lo que el legado de El principito a la humanidad con toda
justicia e igualdad, le pertenece a ambos. Por eso digo que El principito es el fruto del amor de
Saint-Exupéry y Consuelo, es el hijo que nunca tuvieron físicamente; sin
embargo, era verdadero y puro. Ella, de una inagotable vitalidad, encantadora y
llena de imaginación, fue una constante fuente de inspiración y poesía para su
esposo; Consuelo lo divertía y le evitaba una vida rutinaria. A su lado,
Saint-Exupéry redescubrió al niño de su infancia, ese ser puro y bello que
habita en el corazón de todos las hombres, pues él como ella, tampoco quería
crecer, y así regalaron al mundo su maravillosa historia.
La historia de
ese pequeño viajero y soñador, con un corazón tan grande como el Universo, muy
enamorado de su rosa, que nos enseña a todos los hombres las grandes verdades
del alma y de la vida, y que nos ayuda a crear la plena conciencia sobre la
importancia de mantener nuestra alma de niño, esa alma pura y espiritual, tan
llena de amor, de bondad, de solidaridad, de generosidad… ese regalo que ellos
le dieron a la humanidad es algo muy significativo, pues nos enseñan a
descubrir que existe una vida del espíritu más valiosa que la vida de la
inteligencia y la materia, una vida del espíritu que es la única que satisface
al hombre, que le calma su sed espiritual y que le da fe para seguir adelante.
La embajada
de Francia en El Salvador y el Liceo Francés, bautizaron el 22 de mayo del 2006
al Liceo con el nombre de “Antoine et Consuelo de Saint-Exupéry”, dándoles un
merecido homenaje a ambos y un reconocimiento a la influencia de ella en su esposo, por el
valioso legado que ellos dejaron a la humanidad: haber sembrado una semilla en
el mundo para crear una mejor raza de hombres.
Recordémosles,
pues, de la manera que ellos quieren que se les recuerde, en sus tiempos
felices, cuando estaban más unidos que nunca.
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